Dignidad, integración y protección de los niños inmigrantes
Lejos de casa. Esto es lo que se han visto obligadas a hacer muchas familias venezolanas por la compleja situación social, económica y política que atraviesa el país, formando parte del mayor desplazamiento humano de la historia reciente de la región. Colombia, que comparte 2.219 kilómetros de frontera con Venezuela, se ha convertido en el principal destino de la migración, y la zona de Maicao, donde se desarrolla el proyecto “Corazón sin fronteras: por el derecho a jugar” con el apoyo de Misean Cara, es una de las mayores áreas de asentamiento de migrantes.
El 60% de ellos no tienen hogar o viven en asentamientos inadecuados: garajes o pisos, pequeñas chabolas de cartón, latas o plástico sin acceso a agua potable ni electricidad, intentando ganarse la vida con trabajos informales.
Esta situación de pobreza y precariedad se refleja ampliamente en la situación de los niños, con una violación multifacética de sus derechos a crecer en un entorno seguro y saludable, a la educación, a la salud y a una alimentación sana, a jugar y a ser niños. La mayoría de ellos no asiste a la escuela debido a la falta de plazas, su situación irregular, la ausencia de recursos económicos para cubrir los gastos escolares y las dificultades de aprendizaje por el trauma del desplazamiento forzado y la falta de hábitos de estudio tras un largo periodo sin rutina escolar. El 70% de los niños son analfabetos, con dislexia o trastorno por déficit de atención (TDA). Tienen dificultades para socializar y expresar emociones, y muestran actitudes y lenguaje violentos. El impacto de la falta de escolarización también afecta a la población juvenil. El porcentaje de jóvenes migrantes entre 15 y 24 años que no estudian ni trabajan es del 42%. Por ser Maicao una zona fronteriza, se facilita la consolidación del tráfico ilegal y de grupos armados que reclutan niños y adolescentes para sus actividades.
Las redes de trata de personas con fines de explotación sexual aprovechan las condiciones de vulnerabilidad de la población migrante, involucrando como víctimas a niñas migrantes venezolanas, indígenas y no indígenas, entre 12 y 17 años, llevándolas a otros territorios. Por esta razón, el proyecto busca brindar un espacio sano, seguro y de fácil acceso (gracias a su ubicación en el centro de la ciudad), que responda a las necesidades esenciales de los niños, niñas y adolescentes, promoviendo su desarrollo e inclusión en el sistema escolar colombiano. A través de actividades educativas, artísticas y deportivas, los niños tienen la oportunidad de ejercer su derecho al juego, establecer relaciones sanas con sus pares y animarse a volver a la escuela. También se promueven talleres con las familias migrantes para acompañar a sus hijos en este camino y protegerlos de la violencia y el abuso.
Hasta la fecha, casi 600 niños se han beneficiado del programa, migrantes venezolanos, colombianos repatriados y miembros del grupo indígena Wayuu que históricamente se asentaron en la frontera colombo-venezolana y tuvieron que abandonar sus comunidades en Venezuela. Gracias a la ejecución del proyecto, recuperan la confianza, la autoestima y la capacidad de integrarse positivamente en su nueva realidad.