Con motivo de su 15º aniversario, la FMSI instituyó el premio anual “Un mundo mejor para los niños” y el primer proyecto premiado fue MAISHA-MAPYA – Una nueva vida en Beni, un proyecto llevado a cabo en la región de Kivu Norte de la República Democrática del Congo. El proyecto fue puesto en marcha por la fraternidad local de laicos maristas Coeur Sans Frontières (CSF) en colaboración con el BICE (Bureau International Catholique de l’Enfance) y está dirigido a los niños víctimas de los ataques de las milicias armadas en el territorio de Beni y la provincia vecina de Ituri.
Se trata de niños que lo han perdido todo, han quedado huérfanos o han sido separados de sus padres durante la huida de sus aldeas, y han sido testigos de masacres, saqueos, incendios de sus hogares y violencia de todo tipo. El proyecto pretende curarles del trauma y reintegrarles en la comunidad a través de una acción integral que incluye apoyo psicosocial y la realización de talleres de resiliencia para superar el trauma, así como hospitalidad y atención médica en centros especializados, acompañamiento en la búsqueda de sus padres y reintegración escolar, y visitas domiciliarias para supervisar los progresos de los niños. Todas las actividades mencionadas se llevan a cabo en cooperación con las comunidades de acogida, las autoridades locales y nacionales (Service urbain des affaires sociales de la Division provinciale des Affaires Sociales, Ministère du Genre, Famille et Enfants) algunas ONG locales, la Cruz Roja y Médicos Sin Fronteras.
El proyecto también incluyó la formación de trabajadores locales en resiliencia, a cargo de un formador togolés del BICE, para poder trabajar más eficazmente con niños en situación de extrema vulnerabilidad. Gracias al trabajo realizado, niños que antes estaban callados y como en estado catatónico han empezado a hablar y a sonreír de nuevo. Participan activamente en juegos y otras actividades educativas y cooperan con los demás, también en la vida cotidiana. Gracias a la metodología basada en el juego, muchos niños que nunca habían ido a la escuela y tenían dificultades para utilizar un lápiz y dibujar, ganaron confianza no sólo con la ayuda de los educadores, sino también de los demás niños. Como algunos de los niños eran muy tímidos y no hablaban, fue necesario realizar el mismo taller educativo hasta tres veces para que pudieran abrirse y participar, superando el aislamiento.
En la actualidad, algunos de ellos viven con familias de acogida, cuatro se han reunido con sus familias de origen (uno está a la espera de la reagrupación familiar), veintinueve viven con familiares cercanos (ya que sus padres fueron asesinados), quince viven con uno de sus padres (el otro fue asesinado), casi todos ellos siguen en seguimiento psicológico y se les ayuda en su progresiva integración escolar.
Gracias a este proyecto, allí donde ha habido violencia y familias diezmadas y dispersas, se ha creado una nueva comunidad de familias acogedoras. Los propios niños, con la ayuda de los educadores, han sido capaces de transformar su enorme sufrimiento en ayuda mutua y nuevas esperanzas. Pero una vez más nos hacen decir: no más violencia, no más derramamiento de sangre, dejemos que niños y niñas vivan su infancia, el derecho de todos.